LAS OBRAS PRINCIPALES DE ALLAN KARDEC por J O C E LY N E C H A R L E S LE JOURNAL SPIRITE N° 91 JANVIER 2013

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En 1854, Hippolyte Léon Denizard Rivail oyó hablar
por primera vez de las mesas giratorias y asistió luego
a sesiones de espiritismo. Las cosas hubieran podido
quedar allí, de no ser por la intervención de un grupo
de investigadores que le pidió examinar cincuenta
cuadernos de comunicaciones diversas. Algunos de
ellos lo conocían, así como los manuales escolares que
había escrito; apreciaban su capacidad para explicar
sencillamente las cosas complicadas, y para sintetizar
las tesis más confusas. En esos cuadernos, y en las
comunicaciones obtenidas por diferentes medios, Allan
Kardec iba a descubrir una enseñanza. Así codificaría el
espiritismo. He aquí algunas de sus obras, muy sucintamente
presentadas.
EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS
Son esos cuadernos, completados
por otras comunicaciones, lo que
forma la base de El Libro de los Espíritus
publicado en 1857. Según
H.L.D. Rivail, convertido en Allan
Kardec, se trata de: “la primera obra
que hace entrar al espiritismo en el
camino filosófico por la deducción
de las consecuencias normales de los hechos”, y que “data
la época del espiritismo filosófico que hasta allí permanecía
en el dominio de los fenómenos de curiosidad”. Esta
obra maestra echa las bases del espiritismo, utilizando
las respuestas de los espíritus; ese es el principio mismo
del libro. Allan Kardec utiliza la forma de preguntas y
respuestas. La obra comienza con una introducción al
estudio de la doctrina espírita en la que plantea todos
los grandes principios y responde ya a todas las objeciones
posibles en diecisiete párrafos cuidadosamente
elaborados. Comienza por echar las bases de un vocabulario
adecuado, e indica en primer lugar que en
adelante utilizará la palabra Espiritismo para diferenciar
la doctrina espírita de toda otra teoría espiritualista.
Y el adepto del espiritismo deviene en espírita. Al final
de esta introducción, Allan Kardec presenta El Libro de
los Espíritus como una enseñanza de los espíritus de los
cuales él sería apenas el modesto portavoz: “Este libro
no tendría como resultado sino mostrar el lado serio de la
cuestión, y estimular estudios en este sentido, eso ya sería
mucho, y nos felicitaríamos por haber sido elegidos para
cumplir una obra de la que, por lo demás, no pretendemos
extraer ningún mérito personal, pues los principios que
encierra no son de nuestra creación; el mérito completo es
pues de los espíritus que lo dictaron. Esperamos que tenga
otro resultado, el de guiar a los hombres deseosos de ilustrarse,
mostrándoles, en estos estudios, un objetivo grande
y sublime: el del progreso individual y social, e indicarles el
camino a seguir para alcanzarlo”.
La obra está dividida en cuatro grandes partes:
– Las causas primeras
– Mundo espírita o de los espíritus
– Leyes morales
– Esperanzas y consuelos.
En el libro primero, el autor se dedica a poner en
evidencia la existencia de Dios. Hay, en esta parte, capítulos
sobre la creación, el universo y el principio vital.
El libro segundo comprende todas las definiciones y
atributos del espíritu y del periespíritu, indicando los
procesos de la encarnación y la reencarnación, dentro
de la pluralidad de las existencias y de los mundos. Esta
parte incluye también las diferentes manifestaciones
de los espíritus según sus niveles de evolución y la
influencia que pueden tener sobre los humanos y sobre
nuestro mundo.
El libro tercero abarca las leyes divinas o naturales. Se
encuentran en él todos los grandes principios humanistas
de la marcha del progreso, dentro de consideraciones
sobre las leyes de igualdad, libertad, justicia,
amor y caridad.
En el libro cuarto, las nociones de penas, recompensas,
pruebas o expiaciones, nos parecen hoy mal adaptadas
en una connotación que podría hacer pensar en
temas de moral religiosa. Y sin embargo, esta parte del
libro dedica justamente una argumentación que busca
limitar bien la moral espírita de las nociones de cielo,
purgatorio e infierno del catolicismo. Aunque hoy en
día ciertos términos empleados suenen bastante mal
a nuestros oídos, el fondo mismo de las palabras en
referencia a una moral inmanente y universal, conserva
todo su valor.
Finalmente, la conclusión de El Libro de los Espíritus
subraya la diferencia entre el espiritismo y el materialismo.
El autor hace alarde de una confianza en el
porvenir que verá un día el triunfo del espiritismo sobre
la Tierra.
En El Libro de los Espíritus se encuentran respuestas
firmadas por san Luis, san Agustín, Fenelón, Lamennais,
Platón y san Vicente de Paul. El Libro de los Espíritus
contiene las respuestas de los espíritus a más del mil
preguntas sobre Dios, el universo, los ángeles, la reencarnación,
los sueños, la telepatía, la oración, las guerras,
las desigualdades, la libertad, la justicia, el suicidio, el
egoísmo, el amor, etc.
EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS
Luego de El Libro de los Espíritus,
Allan Kardec escribe una obra
sobre la mediumnidad. Hace una
meticulosa descripción de los
posibles escollos y peligros que
podrían acechar a los médiums,
en el caso de que las condiciones
serias, que imperativamente
deben rodear una sesión digna de ese nombre, no
fueran cumplidas. Dice además en la introducción:
“Todos los días la experiencia nos confirma en esta opinión,
de que las dificultades y chascos que se encuentran en la
práctica del espiritismo, tienen su fuente en la ignorancia
de los principios de esta ciencia, y estamos felices de haber
sido capaces de comprobar que el trabajo que hemos
hecho para prevenir a los adeptos contra los escollos de un
noviciado, ha dado sus frutos, y que mucho han debido a
la lectura de esta obra, para haber podido evitarlos”.
El Libro de los Médiums consta de dos grandes partes.
En la primera parte, Allan Kardec pasa revista a las
“Nociones preliminares” del mundo espírita: trata de la
existencia de los espíritus, de lo sobrenatural y lo maravilloso,
del método de proceder con los materialistas y
los escépticos.
Escribe: “Desde el momento en que se admite la existencia
del alma y su individualidad después de la muerte… es
preciso admitir también que goza de la conciencia de sí
misma… ahora queda la cuestión de saber si el espíritu
puede comunicarse con el hombre, es decir, si puede intercambiar
pensamientos con él”.
La facultad mediúmnica puede revestir el abrigo del
misterio, de la inaccesibilidad, incluso de lo paranormal,
pero el autor explica que para la mayoría de las personas
“lo maravilloso” es “lo sobrenatural”, o sea, algo que
sobrepasa lo natural. Allan Kardec dice entonces: “Qué
es lo sobrenatural, sino lo natural aún no comprendido
por todos”. Gracias al espiritismo, a la vez ciencia y filosofía,
el velo de la ignorancia se levantará y así permitirá
comprender, explicar y revelar los mecanismos naturales
de la mediumnidad.
La segunda parte es la más importante. El autor nos
expone un gran número de informes de manifestaciones
diversas autenticadas por múltiples testigos, que
van del hombre de la calle al cura de la aldea, pasando
por los magistrados o la gendarmería. Estas manifestaciones,
independientes o provocadas, se expresan
de diversas maneras: ruidos, movimientos, desplazamiento
de cuerpos sólidos o apariciones. Un capítulo
explica la naturaleza de las comunicaciones espíritas.
Las más importantes son los golpecitos, la palabra y la
escritura. Luego, Allan Kardec define la mediumnidad
y sus variedades (escritura automática, clariaudiencia,
clarividencia mediúmnica…), el papel de los médiums
en la comunicación espírita y su formación, precisa que
hay inconvenientes y hasta peligros en la mediumnidad.
Los capítulos siguientes tratan de la obsesión y la
identidad de los espíritus, así como de las evocaciones
y las reuniones en general. En cuanto a la identidad de
los espíritus, el autor indica: “No hay otro criterio para
discernir el valor de los espíritus que el sentido común.
Pues se juzga a los espíritus como se juzga a los hombres,
a su lenguaje y a sus acciones, lo mismo que a los sentimientos
que inspiran”. El Libro de los Médiums, publicado
en 1861, sigue siendo hoy en día el libro de referencia,
aun cuando es cierto que algunos términos empleados
hace más de 150 años están, a veces, pasados de moda;
su contenido no deja por ello de estar siempre de actualidad.
VIAJE ESPÍRITA
En 1862 Allan Kardec escribe Viaje
Espírita. Allí define entonces lo que
deben ser los verdaderos espíritas,
los espíritas cristianos, es decir, “los
que aceptan por sí mismos, todas
las consecuencias de la fórmula
espírita, cuya moral practican o se
esfuerzan por practicar”. En cuanto
a la filosofía espírita, recuerda allí los beneficios esenciales.
Porque es reencarnacionista, permite al hombre,
con lógica y coherencia, considerar su porvenir de
manera más serena, permitiéndole comprender mejor
la razón de sus males, dándole la certeza de no estar
separado definitivamente de los seres que le son
queridos, y la de que la comunicación con el espíritu no
puede sino volver a los hombres, mejores los unos para
con los otros. Tiene igualmente como objetivos rehabilitar
el espiritismo practicado seriamente, denunciar
a sus detractores pero también las falsificaciones y el
charlatanismo, recordando que “la verdadera profanación
es entretenerse con los desencarnados, con ligereza,
de manera irreverente o por especulación”. Insiste en la
dignidad y la seriedad de las que debe rodearse el espiritismo.
No olvidemos que esta obra fue escrita en el siglo XIX y
que los términos utilizados en esa época ya no tienen
totalmente el mismo sentido hoy. Si dan la impresión de
tener una connotación religiosa (caridad, abnegación,
humildad), es sin embargo en el sentido moderno de
compartir, devoción y justicia que las emplea Allan
Kardec.
LA GÉNESIS SEGÚN
EL ESPIRITISMO
Muy lejos de las teorías bíblicas
respecto a la creación del mundo
y del hombre, esta obra publicada
en enero de 1868, aborda numerosos
temas que tratan del sentido
de la vida y de sus orígenes. Todos
sin excepción han sido puestos en
relación con las nuevas leyes que derivan de la observación
de los fenómenos espíritas de la época. A partir
de esta observación, dos elementos parecen regir el
universo: el elemento espiritual y el elemento material.
Así pues, el espiritismo, demostrando la existencia del
mundo espiritual y sus relaciones con el mundo material,
explica muchos fenómenos incomprendidos.
El primer capítulo se titula Caracteres de la revelación
espírita. ¿Puede considerarse el espiritismo como una
revelación? He aquí algunos elementos de respuesta:
“… Por su naturaleza, la revelación espírita tiene un doble
carácter: tiene a la vez de la revelación divina y de la revelación
científica”. “… Lo que caracteriza a la revelación espírita,
es que la fuente es divina, que la iniciativa pertenece a
los espíritus, y que la elaboración es obra del hombre”.
El segundo capítulo está dedicado a la existencia de
Dios. Allan Kardec, por medio de una argumentación
sin falla, comprende de una manera simple y coherente
el concepto de un creador, despojado al fin de
toda impregnación y concepción religiosa. A título de
ejemplo, he aquí algunas frases extraídas de este capítulo:
“Todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente.
(…) Echando una mirada a su alrededor, sobre las
obras de la naturaleza, observando la previsión, sabiduría
y armonía que las preside a todas, se reconoce que no hay
ninguna que no sobrepase el más alto nivel de la inteligencia
humana. Desde que el hombre no puede producirlas,
es porque ellas son producto de una inteligencia
superior a la humanidad, a menos que se diga que hay
efectos sin causa”.
En el transcurso de la obra, Allan Kardec expone
todas las teorías científicas de la época, que ya trastornan
las concepciones bíblicas del Génesis. Se
atiene a los descubrimientos de su tiempo e integra
a ellos las nociones de espíritu y divinidad, precisando
muy prudentemente que ciertas tesis no son
forzosamente definitivas y que el futuro se encargará
de corregirlas. Sobre el plano filosófico, expone en
diferentes capítulos temas que a menudo han dado
lugar a interpretaciones religiosas como por ejemplo,
el origen del bien y el mal, la vida universal, la diversidad
de los mundos, el diluvio bíblico, etc.
La última parte de la obra está dedicada a los milagros
y predicciones de Jesús. A la luz del espiritismo,
Allan Kardec desmitifica el milagro para introducirlo
en el orden de los fenómenos naturales. Las observaciones
y experiencias espíritas ponen en evidencia
fenómenos semejantes a aquellos referidos por los
evangelistas, a partir de lo cual Allan Kardec reinterpreta
los prodigios del profeta que, por extraordinarios
que fueran, no estaban en contradicción
con las leyes naturales. Recurriendo al magnetismo,
el sonambulismo, la catalepsia, la clarividencia o la
mediumnidad, los milagros se vuelven hechos paranormales
o mediúmnicos que fueron comprendidos
como hechos naturales a partir del advenimiento del
espiritismo. En este capítulo se abordan temas como:
Superioridad de la naturaleza de Jesús, Ensueños,
Estrella de los Magos, Doble vista, Curaciones, Endemoniados,
Resurrección, desaparición del cuerpo de
Jesús…
Entre sus obras, citaremos también:
¿Qué es el espiritismo? (1859): este libro corresponde
al deseo de Allan Kardec de “presentar dentro
de un marco restringido, la respuesta a algunas de las
preguntas fundamentales que nos son formuladas
diariamente (…)”
El Evangelio según el Espiritismo (1864) en que el
autor analiza en veintiocho capítulos las máximas
morales de los Evangelios y las aplicaciones espíritas
de la enseñanza del Cristo.
El Cielo y el infierno (1865) que trata de la muerte, el
cielo y el infierno, el purgatorio, las penas eternas, los
ángeles y los demonios, nociones religiosas revisadas
y corregidas a la luz del espiritismo.
La obsesión
Esta obra reúne extractos de Revistas Espíritas de 1858
a 1868. Se trata de testimonios sobre los fenómenos
de influencia de un espíritu sobre una persona. Allí se
distingue la obsesión simple de la fascinación y de la
subyugación según el grado de la influencia nefasta
de un espíritu sobre un humano. Las experiencias
relatadas ponen en evidencia el estado crítico en que
se encuentran los protagonistas que sufren, muy a su
pesar, la influencia de espíritus malévolos.
Lejos de haber dicho todo acerca de la riqueza de las
obras de Allan Kardec, concluiremos con la importancia
de los trabajos que él realizó en su tiempo, la
claridad de sus palabras y sus argumentaciones. Él no
poseía ninguna facultad mediúmnica, y sin embargo,
podríamos decir que fue, a su manera, uno de los más
grandes intermediarios del mundo de los espíritus.