BIOGRAFÍA DE ALLAN KARDEC POR HENRI SAUSSE (CONTINUACIÓN)

Imagen

EN LA FOTO EL JOVEN RIVAIL

 

    Desde la edad de catorce años explicaba a sus pequeños camaradas,  menos instruídos que él ,  las lecciones del maestro,  cuando aquellos no las habían comprendido,  y su inteligencia,  tan amplia como activa,  se las hacía entender a las primeras aclaraciones.

    En esta escuela se desarrollaron las ideas que más tarde debían hacer de él un observador atento y minucioso,  un pensamiento prudente y profundo.

    Las desazones que al comienzo tuvo que enfrentar,  como católico,  en un país protestante,  le llevaron muy pronto a apreciar la tolerancia,  haciendo de él un verdadero progresista,  un librepensador sagaz,  que deseaba primeramente comprender antes de creer lo que se le enseñaba.

    Muy a menudo cuando Pestalozzi era llamado por distintos gobiernos para fundar institutos semejantes al existente en Yverdon,  confiaba a Denizard Rivail el reemplazarle en la dirección de la escuela;  el alumno transformado en maestro tenía,  además de derechos legítimos,  la capacidad requerida para desempeñarse satisfactoriamente en la tarea que se le confiaba.  Era bachiller en letras y en ciencias, doctor en medicina,  habiendo hecho todos sus estudios médicos y presentando una brillante tesis (1);  linguista distinguido,  conocía a fondo y hablaba completamente el alemán y el inglés;  conocía también el holandés y podía expresarse fácilmente en esa lengua.

    Denizard Rivail era un simpático joven,  bien desarrollado,  de maneras distinguidas,  de carácter alegre en la intimidad,  noble y servicial.  Habiéndole correspondido prestar servicio militar,  logró la excepción y dos años después marchó a París,  donde fundó un establecimiento semejante al de Yverdon en la calle de Sévres,  35.  Para realizar esta empresa se asoció con uno de sus tíos, hermano de su madre,  quien era capitalista.

    En el mundo de las letras y de la enseñanza que frecuentaba,  en París,  Denizard Rivail conoció a la señorita Amelia Boudet,  institutriz de primera clase,  poseedora del correspondiente diploma. Hija única de padres acaudalados,  baja de estatura,  pero,  no obstante muy bien proporcionada,  gentil y graciosa,  inteligente y vivaz,  por su sonrisa y demás cualidades supo interesar al señor Rivail,  en quien ella intuía,  tras el hombre amable y de alegría franca y comunicativa,  al pensador sabio y profundo que unía a una gran dignidad la mayor experiencia.

(1) Estas noticias me fueron proporcionadas por el señor G. Leymarie, en 1896.

    El registro civil nos dice que:

    “Amelia Gabriela Boudet,  hija de Julián Luis Boudet,  propietario y antiguo escribano,  y de Julia Luisa Seigneat de Lacombe,  nació en Thiais (Sena),  el 2 de primario,  año IV (23 de noviembre de 1795)”.

    La señorita Amelia Boudet tenía,  pues nueve años más que el señor Rivail,  pero aparentaba diez menos cuando,  el 6 de febrero de 1832,  se  convino en París el casamiento de Hipólito León Denizard Rivail,  Jefe del Instituto Técnico de la calle de Sévres (Método de Pestalozzi),  hijo de Juan Bautista Antonio y de Juana Duhamel,  domiciliados en Chäteau-du-Loir,  con Amelia Gabriela Boudet,  hija de Julián Luis y de Julia Seigneat de Lacombe,  domiciliados en  la calle Sévres N° 35,  París.

    El socio del señor Rivail adolecía de la pasión del juego y causó la ruina de su sobrino al perder grandes cantidades en Spa y en Aix-la-Chapelle.  El señor Rivail pidió,  pues,  la liquidación del Instituto,  de la cual quedaron 45.000 francos para cada uno de ambos socios.  Tal cantidad fue puesta por el matrimonio Rivail en manos de uno de sus amigos íntimos,  comerciante que realizó muy malos negocios y cuya quiebra no dejó nada para los acreedores.

    En lugar de arredrarse por este doble revés,  el señor Rivail se dedicó valerosamente al trabajo.  Consiguió  y pudo atender tres contabilidades que le producían alrededor de 7.000 francos por año, y ese infatigable trabajador proseguía la jornada de noche,  en horas quitadas al reposo,  escribiendo obras de gramática y aritmética y volúmenes para los altos estudios pedagógicos;  traducía libros del inglés y del alemán y preparaba todos los cursos  de Levy-Álvarez seguidos por los alumnos de uno y otro sexo del arrabal de San Germán.  Organizó asimismo en su morada de la calle Sévres cursos gratuitos de química,   física,  astronomía y anatomía comparada,  las cuales fueron muy concurridos desde 1835 hasta 1840.  ¡He aquí al hombre a quien la serpiente de la calumnia ha intentado por mil medios manchar con su baba;  he aquí aquel al que un dramaturgo cruelmente envidioso quiso hacer pasar por ex director de un teatro de mujeres!  En punto a teatro,  véase en qué escenario actuaba,  en realidad el señor Rivail:

    Miembro de diversas agrupaciones de sabios y especialmente de la Real Academia de Arras,  fue premiado en el concurso de 1831 por la magnífica tesis que presentó bajo el título de: ¿Cuál es el sistema de estudios más en armonía con las necesidades de la época?

    Entre sus numerosos trabajos deben ser citados,  por orden cronológico: Plan para el mejoramiento de la instrucción pública (1828); en 1829,  según el método de Pestalozzi,  publicó destinado al uso de las madres y profesores: Curso práctico y teórico de aritmética;  en 1831 dio a publicidad  la Gramática francesa clásica;  en 1846,  el Manual de exámenes para la certificación de capacidad,  soluciones razonadas de preguntas y problemas de aritmética y geometría; en 1848,  el Catecismo gramatical de la lengua francesay en 1849 encontramos al señor Rivail en su carácter de profesor en el Liceo Polimático, donde dicta cursos de fisiología,  astronomía,  química y física.  En una obra muy estimada resumió sus cursos, editando luego: Dictados normales de los exámenes del Ayuntamiento y de la Sorbona y Dictados especiales sobre las dificultades ortográficas

    Ved,  pues,  lo que produjo.  Y ahora nos preguntamos. ¿cuál de los gacetilleros ocultos que osaron atacar a este gran trabajador podría exhibir otro tanto?

    Adoptadas dichas obras por la Universidad de Francia y llegando a ser éxitos de librería,  el señor Rivail pudo constituir,  debido a ellas y a su inmensa labor,  un modesto bienestar.

    Como puede juzgarse por esta muy ligera reseña,  el señor Rivail estaba admirablemente preparado para la ruda tarea que debía realizar y hcer triunfar.  Su nombre era conocido y respetado (y sus trabajos justicieramente apreciados) aun mucho antes de que inmortalizara el de Allan Kardec.

    Prosiguiendo su carrera pedagógica,  el señor Rivail hubiera podido vivir felíz,  honrado y tranquilo,  rehecha su fortuna merced a una labor fervorosa y al brillante éxito que coronara sus esfuerzos,  pero su misión le llamaba a una más pesada tarea,  a una obra mayor y,  como tendremos frecuentemente la ocasión de comprobarlo,  se mostró siempre a la altura de la gloriosa misión que le estaba reservada.  Su instinto y aspiraciones habrían llevado al señor Rivail hacia el misticismo,  pero su educación,  su sano entendimiento y observación metódica le pusieron igualmente al abrigo de los arranques irrazonados y las negaciones injustificadas.

    Muy pronto se ocupó en los fenómenos del magnetismo.  Tenía a todo tirar diecinueve años,hacia 1823,  cuando sintió la necesidad de estudiar las fases del sonambulismo,  cuyos turbadores misterios eran para él del mayor interés.  Con perfecto conocimiento de causa escribiría un día, pues,  en su “Revista Espírita” de marzo de 1858,  página 92:

    “El magnetismo ha preparado las vías del Espiritismo,  y los rápidos progresos de este último son debidos,  incontestablemente,  a la vulgarización de las ideas que surgen deel primero.

Desde los fenómenos del magnetismo,  sonambulismo y éxtasis,  hasta las manifestaciones espíritas,  no hay más que un paso;  su conexión es tal,  que resulta por decirlo así imposible hablar del uno sin referirse al otro.  Si debiéramos dejar a un lado la ciencia magnética,  nuestro cuadro sería incompleto y se nos podría comparar a un profesor de física que se abstuviera de hablar de la luz.

    “Sin embargo,  como el magnetismo tiene entre nosotros órganos especiales justamente acreditados,  fuera superfluo por nuestra parte insistir en una materia tratada ya con superior talento y experiencia;  de suerte que sólo hablaremos de ella accesoriamente,  pero lo suficiente para demostrar los vínculos íntimos de dos ciencias que,  en verdad,  no son sino una sola”

    Mas no nos anticipemos;  no estamos aún allí.  Allan Kardec no ha encontrado todavía el sendero que lo conducirá a la inmortalidad.

    Fue en 1854 cuando el señor Rivail oyó por primera vez hablar de las mesas giratorias,  inicialmente el señor Fortier,  magnetizador con quien estaba relacionado por sus estudios sobre el magnetismo:  El señor Fortier díjole un día: “He aquí algo muy extraordinario:  no solamente hacemos mover una mesa magnetizándola, sino que también se la hace hablar;  la interrogamos y nos responde”. “Esto –contestó el señor Rivail– es harta diferencia: lo creeré cuando lo vea y cuando se me pruebe que una mesa tiene cerebro para pensar,  nervios para las sensaciones,  y que puede tornarse sonámbula; hasta entonces,  permítame considerar esto sólo como un cuento fastidioso”.

    Tal era al principio el criterio del señor Rivail,  y a menudo lo encontraremos así; no negando por prejuicio sino solicitando  pruebas y queriendo ver y observar  para creer.  En este mismo terreno debemos colocarnos en el cautivamente estudio de las manifestaciones del “más allá”.

    Hasta ahora sólo nos hemos ocupado del señor Rivail en cuanto a profesor emérito y renombrado autor pedagógico;  pero,  en esa época de su vida,  entre 1854 y 1856,  un horizonte nuevo se abre para este pensador profundo,  para este sagaz observador;  entonces entra el nombre de Rivail en la sombra,  para dar lugar al de Allan Kardec,  al que la fama llevará por todos los ámbitos del mundo,  al cual todos los ecos propagarán y al que aman nuestros corazones.

    He aquí de qué manera nos comunica Allan kardec sus dudas,  sus perplejidades y también su primera iniciación:

    “Estaba yo,  pues,  en el período en que nos hayamos ante un hecho aparentemente inexplicable,  contrario a las leyes de la naturaleza y que la razón rechaza.  Todavía no había visto ni observado nada;  las experiencias realizadas en presencia de poersonas honorables y dignas de fe me confirmaban la posibilidad del hecho puramente material,  pero la idea de una mesa  “parlante” no la admitía aún mi entendimiento.

    “El año siguiente,  a principios de 1855,  encontré al señor Carlotti,  amigo mío desde veinticinco años atrás,  quien me habló durante más de una hora de tales fenómenos,  con el entusiasmo que solía poner en todas las ideas nuevas.  El señor Carlotti era corso,  de natural ardiente y enérgico; había yo estimado en él las hermosas cualidades que distinguen a un alma superior,  pero desconfiaba  de su exaltación.  Primero me habló de la intervención de los espíritus,  con lo cual no hizo más que aumentar mis dudas. “Usted será algún día uno de los nuestros” –me dijo–. “No digo que no–le contesté–,  ya lo veremos”.

    “Algún tiempo después,  hacia mayo de 1855,  hallábame en casa de la sonámbula señora Roger con el señor Fortier,  su magnetizador;  allí encontré al señor Pátier y a la señora Plainemaison,  quienes me hablaron de dichos fenómenos en la misma forma que el señor Carlotti,  pero en un tono muy distinto.  El señor Patier era un funcionario público de cierta edad,  hombre muy instruído,  de carácter grave,  sereno y calmoso:  su lenguaje reposado,  exento de todo entusiasmo,  causó viva impresión en mí,  y cuando me invitó a asistir a las experiencias que se realizaban en casa de la señora Plainemaison,  en la calle Cangre-Bateliere,  n° 18,  acepté de inemediato.  Convenimos esta entrevista para el martes…(1) de mayo a las ocho de la noche.

    (1) Esta fecha ha quedado en blanco en el manuscrito de Allan Kardec.

    “Allí fuí por primera vez testigo del fenómeno de las mesas giratorias,  y el hecho se produjo en condiciones tales que la duda resultaba imposible.  Presencié en esa misma casa ciertos ensayos,  muy imperfectos,  de escritura mediúmnica en una pizarra con ayuda de una cestilla.  Mis ideas eran firmes,  pero había en ello un hecho que debía tener sus causa.  Entreví,  bajo la aparente futilidad y especie de juego que se hacía con esos fenómenos,  algo serio y como la revelación de una nueva ley que me propuse profundizar.

    Bien pronto se me presentó la ocasión de observar más atentamente de lo que había podido hacerlo hasta entonces.  En una de las veladas en casa de la señora Painemaison,  trabé conocimiento con la familia Baudin,  que residía entonces en la calle Rochechouart.  El señor Baudin me invitó a concurrir a las sesiones semanales que tenían lugar en su casa,  y a las cuales empecé a asistir con asiduidad.

    “Fue allí donde hice seriamente mis primeros estudios del Espiritismo,  menos aún por revelaciones que mediante observaciones.  Apliqué a la nueva ciencia,  como había hecho hasta entonces con las demás,  el método experimental,  sin aceptar nunca teorías preconcebidas;  observaba con atención,  comparaba,  deducía las consecuencias;  buscaba desde los efectos remontarme hasta las causas por la deducción y el lógico encadenamiento de los hechos,  admitiendo una explicación como valedera sólo cuando podía ella resolver todas las dificultades de la cuestión.  Así había procedido en mis trabajos anteriores,  desde la edad de quince a dieciséis años.

    “Desde el principio comprendí la gravedad de la exploración que iba a emprender;  entreví en tales fenómenos la clave del problema,  tan oscuro y controvertido,  del pasado y porvenir de la Humanidad,  la solución de lo que yo había buscado toda la vida: era,  en una palabra,  toda una revolución en las ideas y creencias;  de modo que había que proceder con circunspección y no de ligero,  ser positivista en vez de idealista,  a fin de no dejarse llevar de ilusiones.

    “Uno de los primeros resultados de mis observaciones fue que los espíritus,  no siendo sino las almas de los hombres,  no poseían ni la soberana sabiduría ni la soberana ciencia;  que su saber estaba limitado por su grado de adelanto,  y que su opinión no tenía más valor que el de un modo de ver personal.  Esta verdad,  reconocida desde el principio,  me libró del grave escollo de creer en su infabilidad y me impidió formular teorías prematuras,  basadas en el decir de uno o de varios de ellos.

    “El sólo hecho de la comunicación con los espíritus,  dijeran ellos lo que dijesen,  probada la existencia de un mundo invisible en el ambiente,  éste es,  desde luego,  un punto capital,  un campo inmenso abierto a nuestras a nuestras exploraciones,  la clave de una multitud de fenómenos inexplicables;  el segundo punto,  no menos importante,  era conocer el estado de ese mundo,  sus costumbres,  si se puede decirlo así;  comprendí pronto que cda espíritu,  en virtud de su posición personal y sus conocimientos,  me revelaba una fase,  del modo como se llega a conocer las condiciones de un país al interrogar al os habitantes de todas las clases y situaciones,  cada uno de los cuales puede enseñarnos algo y ninguno individualmente enseñárnoslo todo;  al observador corresponde formar el conjunto,  ayudado de la documentación que recibe de las diversas partes;  cotejar,  coordinar y “controlar” unos con otros.  Yo trataba, pues,  con los espíritus,  como lo hubiera hecho con los hombres;  y ellos fueron para mí,  desde el inferior hasta el superior,  medios de información y no reveladores predestinados”.